Ludwig van Beethoven, biografía y vida

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Biografía - Sinfonías eternas
Podría decirse que es el compositor más grande de todos los tiempos y lugares, un titán del pensamiento musical, cuyos logros artísticos han demostrado tener un alcance incalculable. Y quizás, en ciertos momentos de su obra, incluso el término "música" parece reductor, donde el esfuerzo de transfiguración realizado por el genio parece trascender el sentimiento humano.
Nacido en Bonn (Alemania) el 17 de diciembre de 1770, Beethoven creció en un ambiente cultural y familiar nada propicio. Los historiadores acusan a su padre de haber sido un cantante torpe y borracho, capaz sólo de despilfarrar el poco dinero que conseguía reunir, y de exprimir las aptitudes musicales de Ludwig hasta la obsesión, con la esperanza de sacarle otro Mozart: expedientes debaja explotación comercial afortunadamente infructuosa.
La madre, una mujer humilde pero juiciosa y honesta, parece estar marcada por la mala salud. Tuvo siete hijos, cuatro de los cuales murieron prematuramente.
De este modo, el temperamental Ludwig pronto se ve lanzado a la arena de la supervivencia, fortalecido únicamente por su precoz talento.
A los nueve años comenzó estudios más regulares con Christian Neefe, el organista de la corte, a los catorce ya era organista de la capilla del Príncipe elector (el año anterior perdió a su madre, acontecimiento que le traumatizó) y poco después, multiinstrumentista como su hermano en música Amadeus, tocaba en la orquesta del teatro.
En 1792, abandonó Bonn para dirigirse a la más animada Viena, la ciudad que más le apreciaría y donde permanecería el resto de su vida. Sus dotes de improvisación, basadas en premeditados asaltos al hasta entonces esbelto piano alternados con una dulzura inaudita, conmocionaron al público.
Sus obras, al principio influidas por los clásicos de siempre (Haydn, Mozart) pero ya marcadas por una personalidad avasalladora, luego cada vez más audaces e innovadoras, sacuden el perezoso ritmo de la vida artística, siembran el pánico estético, arrojan a los que tienen oídos y corazón para oír, a los terribles abismos de la conciencia.
Aunque fue idolatrado, en primer lugar por los nobles de la época que competían por asegurarse sus rentas vitalicias y verse honrados en los frontispicios de sus obras, a pesar de que escribía música según sus propias necesidades expresivas y no según encargos (el primer artista de la historia), con él se abriría una grieta, una desconexión entre los logros artísticos y el público que se haría cada vez más insalvable.
Lo atestiguan las últimas obras, escritas ya en plena sordera, incunables esotéricas para los compositores venideros.
El bicho auditivo le ataca a una edad temprana, provocándole crisis rayanas en el suicidio e intensificando su orgulloso distanciamiento del mundo, fruto no de un desprecio trivial, sino de la humillación de no poder disfrutar de la compañía de los demás de una manera sencilla. Sólo los paseos por el campo le dan algo de paz, pero con el tiempo, para comunicarse con él, sus amigos tendrán que hacerle las preguntas parade los famosos "libros de conversación" para la posteridad.
Ni siquiera el amor, buscado entre las nobles de sangre azul (frecuentadoras de su medio habitual), le fue propicio: quizá por insipiencia de la amada, inmóvil como gacela hipnotizada ante aquel león indomable, o quizá por prejuicios sociales insuperables, no pudiendo la noble aparearse con el burgués, con el humilde servidor de las siete notas.
Ansioso de calor familiar, no encontró mejor manera que arrancárselo por la fuerza a su sobrino Karl, huérfano de padre, que incluso fue inducido entonces a un suicidio afortunadamente fallido por las asfixiantes atenciones de su tío, en vergonzosa competencia con su madre natural.
El 7 de mayo de 1824, en Viena, Beethoven se presenta en público por última vez, para la audición de su célebre "Novena Sinfonía". El público estalla en aplausos atronadores. Sentado junto al director, de espaldas al público, el compositor hojea la partitura, materialmente inhibido de escuchar lo que él mismo ha parido. Tienen que obligarle a darse la vuelta para que pueda verel inmenso éxito de su obra.
El 26 de marzo de 1827, sucumbió a los males que le atormentaban desde hacía tiempo (gota, reumatismo, cirrosis hepática), levantó el puño al cielo, según una famosa imagen romántica, y murió de hidropesía. Su funeral fue uno de los más colosales jamás organizados, la ciudad entera quedó atónita.
En un rincón, entre las oraciones fúnebres de Grillparzer y de eminentes políticos y personalidades de la cultura, una figura anónima y melancólica, que ha elegido al genio de Bonn como patrón, observa la escena: es Franz Schubert. Se unirá a la deidad al año siguiente, con sólo 31 años, y reclamará ser enterrado junto a él.